Tofes y sábanas

Durante                  



toda                                       


la


noche


lo      


único


que


hicimos


fue


comer



tofes


y



hacer


el


amor.


No hacía mucho que nos conocíamos, pero todo había sido tan intenso. Increíble. Toda la vida luchando mentalmente contra las expectativas que promovían las películas y novelas románticas a las que tan adicta era, combatiendo corazonadas y presentimientos acerca del amor, escuchando y aceptando consejos de mis allegados sobre una actitud normal ante la vida, sobre un conformismo barato y  poco excitante... En fin, toda la vida así... y de pronto, sin buscarlo siquiera ahí estaba, compartiendo lecho en un hotel de carretera con una persona con la que tenía tanto en común que celebraba los momentos en los que discrepábamos en el más mínimo detalle.

No tenía ni idea del futuro que podría tener aquello, de si se trataba de algo temporal o si, por el contrario, iba a desembocar en una relación larga y fructífera. ¿Acaso importaba? Lo único que yo sabía era que desde que le había conocido, todo parecía haber fluido con una sincronía casi mística, como magia. Como si algún guionista hollywoodiense de ñoñas e irreales películas romanticonas hubiera escrito las líneas de nuestro destino. Demasiadas casualidades en tan poco tiempo. Aquello no era casualidad.

Semi desnuda, tapada estratégicamente con la sábana blanca, me pregunté si debía o no romper el silencio que asolaba en la habitación. Le miré y sonreí. No quise hacerlo. Para mí, es precisamente cuando te encuentras cómoda en silencio con una persona cuando comienzas a conocerla de verdad.


      H.



Comentarios