Las alocadas aventuras de los hermanos Coen. Crítica de "Burn after reading".

NOTA: NO LEAS ESTA CRÍTICA SI NO HAS VISTO LA PELÍCULA. SIN DUDA DESVELA ALGUNA SORPRESA QUE PUEDA ALTERAR TU CONCEPCIÓN Y APRECIACIÓN DEL FILM.



Sin muchísimo que estudiar y un panorama universitario más bien relajado, por fin tengo algo más de tiempo (si es que se puede llamar tiempo a  los ínfimos y míseros momentos que no tengo que estar bailando en la compañía) para leer y ver la larga lista de películas que había ido aplazando.
Hace poco tocó “Burn after reading”, de los siempre sorprendentes hermanos Coen.
Muy aficionada a su cine, no tuve valor para verla el día de su estreno. Varias personas que conozco me hicieron muy malas críticas de ella, y no acudí a las salas por miedo a la decepción. Después de todo, hablamos de los creadores de joyas como “Fargo”, “Raising Arizona” y, por supuesto “The big lebowsky”. Aunque claro, también de la decepcionante (decepcionantísima si existe la palabra) “A serious man”, que tuve el desagrado de ver hace aproximadamente un mes (el film no tiene sentido alguno, es aburrido, soso y genera confusión).

En definitiva, que el otro día, me decidí a verla, y a pesar de ser una película a la que no puedo otorgar la etiqueta de joya del cine, debo de admitir que mis miedos estaban totalmente infundados: la película tiene un guión minuciosamente estudiado, complejo e intrigante, que te introduce en una serie de situaciones, más o menos azarosas, que desencadenan a su vez hechos de lo más alocados. Todo ello acompañado de las interpretaciones exquisitas de Frances Mcdormand, Brad Pitt,  George Clooney (uno de sus “musos”) y, por supuesto, el siempre magnífico John Malkovich.




Cuando digo alocados, no se confundan con el carácter alegre y bobalicón de la palabra. Me refiero a alocados de verdad, locos. Y es que la genialidad de la película se basa especialmente en el doble juego de palabras como esta. 
Cuando vemos una película, como buenos espectadores pasivos, nos dejamos impregnar por el ambiente que cada director, con su montaje, sus planos, etc. quiere transmitirnos. De este modo, al ver a Bugs Bunny, con esa música, ese aspecto inocente, el colorido, el género… damos por supuesto que nada le ocurrirá a nuestro amigo de orejas largas. Todo acabará bien, y sino, al menos se llegará a una solución para el enredo que se presenta, que, por muy enredado que se encuentre, siempre es desenfadado, poco preocupante.
De lo que no nos damos cuenta, es de que muchos de estos líos inofensivos que se nos plantean en los dibujos animados o en las comedias de situación son ciertamente sucesos graves, que en una realidad como la nuestra, en un contexto similar al de nuestras vidas cotidianas, podrían tener consecuencias nefastas y peligrosas, muy alejadas de la tristeza de no conseguir una naranja y apetecible zanahoria.

así sucede, nadie piensa en que las bombas del coyote podrían ocasionarle amputaciones, ni que en un film de Billy Wilder una de las persecuciones atolondradas pueda finalizar en caída mortal, ni mucho menos que Charlot haya podido, en ninguna de sus disparatadas cabriolas romperse una pierna o quedarse tetrapléjico. Todo ello, por la ambientación, por el modo de contarnos las cosas.

En “Burn after Reading”, dos mentes brillantes comienzan a jugar con esta teoría, esta regla tan antigua del cine. Los hermanos Coen nos plantean una serie de hechos atolondrados, fortuitos, incluso incoherentes, con un ambiente de comedia claro y bien definido, acompañado a su vez de una dirección de actores basada en un estilo teatral y exagerado.

   



Inmerso en este tipo de film, a pesar de que los enredos sean percibidos como serios y graves, no esperas ningún tipo de consecuencia que vaya más allá de la carcajada.
Es ahí donde todo el mundo se equivoca, y, sirviéndose de una mente fría y una capacidad increíble de plasmar desesperación y drama humano ante la cámara, los Coen nos sorprenden con una realidad más cruda que la vida misma, las consecuencias que nadie esperaba y que, sin embargo, todo el mundo, por lógica pura, debería haber sabido que existían.

Están ahí, de repente, latentes, palpitando, aconteciendo.

De alocado a loco, de atolondrado a peligroso, de bobalicón a inconsciente… Como todos deberíamos habernos esperado.


H.



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