El por qué de tus andares


Al bajar del avión, el sol reflejado en el cristal de tus gafas me impide la vista. “Paradisíaco”, comentan algunos, "Ensoñador" dicen otros... A mi me da igual, yo sigo ensimismado tus caderas que bambolean hacia la zona de taxis, portando tus maletas, persiguiendo la sombra de tus zapatos. Son los stilettos que compraste en Viena. Quedan perfectos con tu vestido crema, ceñido en el pecho pero más voluminoso a medida que desciende por tus caderas. Cuando te lo pones es difícil diferenciar dónde empieza el vestido y dónde tu piel.


Al subirnos en el taxi el conductor te observa con la misma devoción, súbita pero lógica con la que yo te obsequio cada día. Hay algo en ti que te hace espectacular. Una idiosincrasia confusa que atrae, que embauca.

Desde el aeropuerto al hotel se tarda treinta minutos en coche. Al menos eso nos dice el taxista, que sigue lanzándote miradas furtivas, fascinado pero confuso, tentado pero temeroso. La escena es divertida. Es como mirar a un bobo contemplando una obra de arte cuyo significado nunca nadie le explicó, como ver a un niño alucinado ante un truco de magia bien elaborado.
Para él, eres un misterio, un exotismo insólito y fugaz.
Pero ya no eres fugaz para mí. Yo sé tu secreto. He puesto fin a ese interrogante que suscitas con tus andares, con tu mera existencia. ¿Qué es lo que hechiza, lo que vende, lo que provoca?

Eres un cuento. Narras historias con tu apariencia, con tu actitud. Si observo los recovecos correctos de tu cuerpo puedo leer una novela. Los ojos azules de tu madre húngara, que recorrió Europa para encontrar el amor en un francés que fue tu padre y te enseñó arte y modales refinados. Los bucles rizados color carbón que delatan tus antepasados del sur de España. Te gusta la moda italiana porque durante años devoraste las revistas de moda que tu abuela robaba de la consulta del dentista. Siempre inmaculada, pero sin un ápice de maquillaje, pues debías ponerte casi cada día cuando eras bailarina de ballet. A menudo se aprecia en tus manos una zona rojiza porque la que has rascado con demasiado ahínco al sentirte nerviosa. Eres bastante nerviosa. Desde que naciste me aventuro a adivinar. Exigente porque tu hermano no lo es. Bella como tu hermana. Apasionada por ver muchas, muchas películas de cine. Sincera porque te han traicionado. Callada porque observas. Feliz, porque dentro de toda esta complejidad que proyectas, piensas y deseas simple. Eres pura paradoja, un precioso sinsentido.

Al llegar, comentas que la habitación no tiene vistas. Mis ojos no alcanzan siquiera la barandilla del balcón. Se pierden mientras escalan por tus piernas. Intento en vano que me importe tanto como a ti. En vano.
¿Cómo algo tan radiante puede siquiera suponer que exista algo más que el paso del tiempo a su lado?

Esto eres para mi, y seguiré tus stilettos, leyendo tu interminable cuento, pidiendo habitaciones con mejores vistas… siempre, siempre custodiado por la felicidad de saberte tú y no alguna otra.


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