Llueve

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia... como toda la vida lo ha hecho y como toda la vida lo hará, al menos en estas tierras. El niño y sus amigos corretean por la casa. ¿Qué van a hacer? Salir a la calle no, desde luego. Yo dejo la ventana y recojo despacito el plato de la merienda. Tostadas medio mordidas, untadas de mermelada de melocotón. Tiene un olor fuerte... Juro que si cierras los ojos e inhalas con fuerza el aroma se pasea por todo tu cuerpo, renaciendo de entre los poros de tu piel. Es divertido imaginarlo... me refiero a los melocotones. Millares de frutitas pequeñas flotando entre leucocitos y glóbulos, perfumándonos. Y no sólo eso, imaginad la rapidez con la que estos melocotones podrían aportar vitaminas a nuestro cuerpo. Desde luego, si fuese tan divertido los niños nunca hubiesen dejado sin comer estas mitades de tostada.
De todas formas el melocotón tampoco es mi fruta favorita. Me gustan mucho más las mandarinas... Qué curioso que también sean de color naranja. Igual no es casualidad. Igual el color es lo que me fascina realmente, y el placer por el sabor de la fruta va ligado a este gusto mío por lo naranja. Aunque qué sabré yo, tampoco es que vaya a escribir sobre estas cosas. Ya me lo dijeron cuando era niña: "María, tienes demasiada imaginación". Supongo que pensar como yo pienso no es algo que gusta mucho por ahí…


De todas formas, yo nunca he dejado de tener estas ideas, lo que he echo es parar de comentarlas. Así, todos contentos: mi marido, los niños, yo y los melocotones. Ya os lo he dicho, tampoco es que vaya a escribir sobre estas cosas. 


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