Trilogía de la guerra civil: EPÍLOGO

Esta historia está inspirada en las vidas de Miguel Calzada y Amalia Marqués.
Aunque tiene numerosos elementos ficticios, el espíritu de los
personajes y la esencia de sus historias se han mantenido intactos.

EPÍLOGO

El camarero estaba tardando en llegar. Habían pedido dos bolas de helado. Una de vainilla. Otra de chocolate. Aunque tampoco tenían prisa.
El restaurante estaba en el centro de Toulouse, pero no lo parecía. Escondido entre dos callejuelas, al lado de una plaza minúscula, daba una sensación silenciosa, hogareña, rural. Era la cuarta vez que Miguel y Amalia comían en aquel pequeño restaurante. Su nieta lo había descubierto el otoño anterior y desde entonces se había convertido en una especie de tradición. Si había algo que celebrar, sus nietos les llevaban allí, a por sus dos bolas de helado. Hoy, celebraban 59 años de casados.
Amalia y Miguel. 59 años. De casados. Las palabras revoloteaban en el interior de sus cabezas.
59 años. De casados.
El postre llegó por fin, en un solo cuenco y con dos cucharas.
Mecidos por un ritmo muy conocido, casi siguiendo una coreografía sutil, Amalia y Miguel comenzaron a rebañar el dulce. Cada uno su bola. Cada uno su sabor. Cerca del restaurante, se oyó el sonido de un tren que pasaba. Miguel miró el reloj. Eran las 14:15. Algunos hábitos no se pierden.
Amalia no se inmutó. Le gustaba mucho el helado. Allí, los dos, contemplados por los ojos inexpertos de los hijos de sus hijos, parecían haberse acostumbrado a la felicidad.
Aunque ya no eran los niños que fueron y habían sido, guardaban muchos aspectos de su tierna juventud. Amalia atesoraba aún su coqueteo elegante y su sonrisa cándida. Miguel, por su parte, nunca había dejado de ser el absurdo optimista que aprendía de los prados. Muchos le aconsejaron que dejara de serlo. Él, ni lo había intentado. Hay gente que, simplemente, está hecha para la bondad.
Una bondad ingenua, puede, pero bondad al fin y al cabo.
Miguel se metió en la boca la última cucharada de su helado, miró a su esposa, que aún no había terminado, y rió. Era una risa simple y sincera. Una risa que venía de lo más profundo de su pecho. O quizás venía desde mucho más allá. Desde una granja ya cedida, a cientos de kilómetros de allí. Amalia rió también, de forma más delicada y aguda, pero con la misma sinceridad. A veces, parecía que se ruborizaba de su propia risa.
La carcajada duró poco y pronto, se convirtió en sonrisa. Amalia y Miguel todavía se miraban. Es curioso el trayecto de una vida. Al final, lo más fascinante de ella, es lo poco complicada que es la felicidad.


Comentarios